Los que dejan huella - 20 historias de éxito empresarial - page 278-279

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principios activos hormonales. Me pregunté: “¿Por qué no desarrollamos tec-
nologías, vamos a fábricas que tienen capacidad ociosa, les damos las tecnolo-
gías, fabrican los productos para nosotros y nosotros los vendemos?” Pero mi
punto débil era mi escasa formación legal y económica. En las relaciones co-
merciales me apoyaba mucho en la palabra y, la verdad, con algunas personas
la palabra funcionó pero con otras no fue suficiente.
Tuvimos algunas decepciones. En ciertas fábricas usaron las tecnologías
que les habíamos cedido para revender el producto por su cuenta, sin noso-
tros. Eso nos llevó a montar nuestra propia fábrica con algunos beneficios
que habíamos obtenido. ¿Cómo conseguimos comprar productos y vender-
los? Cuando se compraba un producto o se desarrollaba uno nuevo, el fabri-
cante decía: “Nos tienen que adelantar dinero porque nosotros invertimos en
tecnología y, cuando el producto esté terminado, nos lo tienen que comprar”.
Esos recursos nos los facilitó mi suegro con un préstamo de 40.000 dólares y
su prestigio personal. A los fabricantes que él conocía en Europa desde hacía
muchos años les dijo: “El crédito que vos le des a Hugo yo te lo garantizo…”.
Yo me apropié del prestigio internacional que él tenía para conseguir finan-
ciación. Si eres un desconocido, ¿por qué te van a financiar? Máxime cuando
yo no tenía capital ni tenía nada. Por supuesto, después devolví todo el dinero.
Pero, sin esa generosidad, hubiera sido muy difícil poder hacer el emprendi-
miento que hice.
Aquella decepción inicial con la que llegué a España después de haber teni-
do que dejar mi país, me facilitó el cambio de mentalidad. Fue decisiva la inte-
ligencia de mi suegro que me llevó de la mano lentamente, sin que yo me diera
cuenta. Yo creo que él pensaba en su hija, en sus nietos y se diría: “Este, como
psiquiatra, ¿qué futuro tiene?”. Con preocupación de padre me fue llevando
sin que yo me diera cuenta, tranquilamente, hacia la actividad empresarial.
Chemo tiene oficinas centrales en Madrid, Lugano y Buenos Aires. Cuenta hoy
con una red global de fabricación propia en Europa, América, Asia y África. Su
actividad está organizada en tres grandes áreas de negocio: industrial, marca
y biotecnología. El grupo da trabajo a más de 5.000 profesionales en más de 40
países, 14 plantas de fabricación, 12 centros especializados de I+D y 12 ofici-
nas comerciales que atienden a 1.150 clientes en 95 países del mundo. El grupo
está hoy bajo la dirección de Leandro Sigman, hijo mayor de Hugo Sigman y
Silvia Gold.
Hace cinco o seis años que dejé la responsabilidad ejecutiva del grupo en manos
de Leandro. Tenemos tres hijos, varones; dos trabajan en la empresa y uno es fí-
sico. Leandro, el mayor, es economista, hizo la carrera universitaria muy rápido,
y con 18 años se puso a trabajar. Comenzó desde muy abajo. Nuestro grupo ya
había crecido en Argentina. Habíamos comprado los chicles Adams, los carame-
los Halls, y fabricábamos y vendíamos Mars
en Argentina, productos cosméti-
cos, etc. Leandro empezó a trabajar en 1988. Primero, de vendedor minorista de
golosinas con un carrito en pequeños quioscos del microcentro de Buenos Aires.
Después, como repositor de mercancía. Fue un gran aprendizaje, por ejemplo,
tener que negociar con los supermercados de los coreanos, que eran durísimos.
Luego se cambió el nombre para ser visitadormédico en nuestra compañía y evi-
tar que le identificaran. Él, además, es economista, hizo unmáster y tienemucha
más formación en economía y en organización de la que tengo yo.
Ahora, Leandro cada vez es mucho más autónomo, veo con él algunos nú-
meros pero le dedico poco tiempo. Me lo propuse así el día que me fui. Le dije:
“Si me voy ahora, me voy, porque si me quedo, no vamos a trabajar bien, ten-
dremos conflictos, porque tú tienes tu estilo y yo el mío, tú tienes una forma-
ción y yo la mía… ¡Así que me voy!”.
A pesar de mi voluntad, los primeros años no fui capaz de retirarme to-
talmente y, consciente o inconscientemente, no llegué a renunciar del todo.
Se produjeron algunos cortocircuitos con Leandro por culpa mía, porque no
asumía que se hicieran las cosas sin comentármelas, sin informarme. Tardé
como unos dos años en hacerme a la idea de que definitivamente me había re-
tirado para dejar la empresa en manos de mi hijo. Ahora me recuerda el caso
del alto funcionario del gobierno a cuya mujer eligen para un puesto más alto
que el suyo. La mujer recibe felicitaciones y sumarido le dice: “¿Cómo? ¿Nadie
preguntó por mí?”. En ese momento él, que había trabajado mucho para ayu-
dar a su mujer, que se había esforzado muchísimo, de repente se dio cuenta
de que ella era más importante y que él pasaba a un segundo plano. Ese duelo
no es fácil de asumir y dura un tiempo. Ahora, después de todos estos años,
estoy convencido de que la retirada es total. Leandro discute conmigo grandes
temas y eso me gusta, porque me agrada compartirlos con él. Es una tarea muy
agradable compartir esos temas con un hijo y me permite tener todavía alguna
presencia en ciertas decisiones del grupo.
Tengo una anécdota que ilustra cómo llevaba yo la sociedad. En cierta oca-
sión, fuimos a pedir un
leasing
al banco. El empleado nos decía: “Usted hizo lo
HUGO SIGMAN | GRUPO CHEMO
BIOTECNOLOGÍA PARA UNA SOCIEDAD MÁS SANA
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