Los que dejan huella - 20 historias de éxito empresarial - page 56-57

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funda Automóviles Luarca, S.A., que es ALSA, y que sigue un camino total-
mente diferente al que siguió mi padre con La Popular. Sus impulsores venían
también de la arriería: el gerente, el director de la empresa, era a su vez un
socio importante, don Francisco García Gamoneda, que también había tenido
coches de caballos y pertenecido a una familia de arrieros, transformada pos-
teriormente de la arriería a la tracción mecánica. ALSA se fundó con 700.000
pesetas de capital y una adecuada estructura jurídica.
Pero la guerra civil y los problemas de la posguerra debilitan a la empresa.
Nosotros nos habíamos ido recuperando. Mi padre tenía en Cangas de Narcea
un negocio (entonces llamado ultramarinos, luego se llamó comercio mixto
rural), que en realidad era un comercio donde se vendía de todo: desde un kilo
de azúcar o una bacalada entera, hasta sacos de centeno o de trigo. Por aquel
entonces teníamos una fábrica de embutidos y la línea de autobuses Cangas de
Narcea-Villablino, es decir, Asturias-León. Mi padre era muy emprendedor y
consiguió desde aquel pequeño pueblo de Cangas de Narcea la representación
para España de La Palmolina, un pienso compuesto de Argentina que importa-
ba, distribuía y vendía desde Cangas. Nuestra casa tenía en la parte baja la tien-
da, el garaje y los almacenes. Arriba estaba el piso familiar. Realmente no sabías
dónde empezaba la familia y dónde la empresa. Como decía Tomás Pascual:
estás comiendo en casa y estás hablando de la empresa y estás en la empresa y
te llaman con un problema familiar, es decir, que había una simbiosis natural
familia-empresa.
Mis padres hicieron unos sacrificios enormes en los años 40 y 50. Cinco
de los siete hermanos estábamos internos. En Cangas de Narcea no había ins-
tituto y no se podía estudiar, de forma que mi padre, con gran esfuerzo, nos
mandó a un colegio: a dos de mis hermanas, al colegio La Asunción de Gijón; a
nosotros, los chicos, al colegio más cercano, que eran los jesuitas de Vigo, por-
que el colegio de la Inmaculada de Gijón no había sido reconstruido después
de la contienda civil. En el viaje de Cangas de Narcea a Vigo tardábamos dos
días: primero, Cangas de Narcea-Villablino en nuestro coche de línea; luego,
en el tren minero de Villablino a dormir en Ponferrada. Al día siguiente había
que coger el tren que venía deMadrid con destino Vigo. Pasaba por Ponferrada
sobre las 11 de la mañana. Yo era el más pequeño de los seis alumnos que ve-
níamos de Cangas y me levantaba a las cinco de la mañana para hacer cola en
la taquilla de la estación de Renfe y asegurar los billetes de tercera clase antes
de que se agotasen. Los otros llegaban a las diez de la mañana como señores…
“¿Sacaste los billetes?”, me preguntaban. En aquella época los trenes iban
llenos, no había asientos para todos. Algunos se encerraban en el váter y no
abrían. La gente se volvía loca porque no podía hacer sus necesidades. Los
coches cama eran un lujo. El director de los coches cama en España era un
asturiano, de Belmonte, y la mayoría de los mozos de los coches cama y de los
restaurantes eran asturianos y ya nos conocían por la frecuencia de nuestros
viajes. En Ponferrada nos dejaban subir al tren por la ventanilla de los coches
cama y luego nos encaminaban para tercera, pero ya nos habían ayudado a su-
bir al tren.
Después de algunas dudas, decidí estudiar ingeniería aeronáutica y vine
a Madrid a la academia Villanueva, en Preciados, para preparar el ingreso en
la escuela. Vivía en una pensión también en la calle Preciados 6, frente a El
Corte Inglés. Me asusté un poco, porque un libro usado de geometría descrip-
tiva, en francés, me costó 500 pesetas y pagaba por la pensión 450 al mes… Se
me hizo muy cuesta arriba pensar que le iba a costar tanto dinero a mi familia
y que todavía me quedaban por delante tres o cuatro años de academia, pues
la entrada en la escuela era muy difícil. Volví en Navidades a casa y le dije a
mi padre: “Esto cuesta un dineral, a lo mejor tardo cuatro o cinco años en el
ingreso. Yo creo que voy a hacer otra carrera más sencilla…”
Estuve a punto de hacer oposiciones para entrar en Hacienda, pero en ese
momento se autorizaba que las personas que tuviesen bachiller pudiesen en-
trar directamente en la escuela de peritos. Me fui a hacer el peritaje industrial
en la Escuela de Gijón.
Antes de terminar la carrera ya tenía varias ofertas de trabajo: por ejemplo,
en la famosa Fábrica de Moreda y Gijón. Entre tanto, el negocio familiar seguía
creciendo, aunque lentamente. Cuando volvíamos en Navidades o en el verano,
había que trabajar en casa, en la tienda, en el almacén, en la fábrica de embu-
tidos... Despaché kilos de arroz, billetes del coche de línea, sacos de centeno,
materiales de construcción... Era el negocio familiar donde todos hacíamos de
todo. Le sugerí a mi padre: “Deberíamos comprar algún camión para transpor-
tar carbón”, pues empezaba la explotación de las minas y el carbón se llevaba a
San Esteban de Pravia. Hasta ese momento utilizábamos unas camionetas pe-
queñas que primero habían sido de viajeros; la más antigua, que yo recuerde,
una Chevrolet matrícula O-6589. Luego se le puso una caja para mercancías y
repartíamos con ella los productos que se vendían en la tienda y en los almace-
nes. Mi padre estuvo de acuerdo con mi sugerencia y, para comprar el camión
JOSÉ COSMEN adelaida | ALSA
DE LA ARRIERÍA AL MUNDO
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