Los que dejan huella - 20 historias de éxito empresarial - page 58-59

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acudimos a la financiación bancaria. En el negocio familiar es de destacar que
los paisanos del concejo hacían sus compras todo el año y se iban apuntando en
un libro de clientes. Cuando los paisanos vendían el ganado en las ferias de la
Cruz de Mayo y en la de Todos los Santos de noviembre, época de las matanzas
y, una vez cerradas las ventas, venían a la tienda a pagar todas las mercancías
que habían ido solicitando durante el año. Todas las transacciones se hacían de
palabra. Existía una gran confianza entre las partes. Todavía conservo un libro
de contabilidad que demuestra que habíamuy pocos impagos. La gente cumplía
escrupulosamente sus compromisos.
Seguimos creciendo poco a poco, con seguridad. Secundino, mi hermano
mayor, que había estudiado en Gijón y Valladolid la carrera de comercio, se de-
dicó a la actividad del comercio y a la fábrica de embutidos, después de haber
asistido enMadrid a cursos de chacinería.
Yo empecé con los autobuses y con los camiones muy modestamente.
En junio de 1954 conseguimos un nuevo servicio regular de viajeros entre
Degaña y Villablino (Asturias y León). En 1957 compré otro servicio de Pola
de Somiedo a Grado por un millón quinientas mil pesetas. Pagué una parte al
contado y el resto aplazado. Llevaba el aval de mi padre y de Fernández, im-
portante transportista de León, muy famoso y buen amigo mío. Compré esa
línea porque comenzaban a construir un salto de agua en Miranda y pensé:
“Esto tiene que mover viajeros”. Solicité nuevos permisos para que la línea
se extendiese desde Pola de Somiedo a Villablino y desde Grado a Oviedo, de
forma que Villablino se convirtió en el centro de operaciones desde donde se
organizaban los servicios de autocares y el personal para las tres líneas que
allí confluían: para Cangas, para Degaña y para Oviedo.
Entre tanto, ALSA también seguía creciendo. Tenía estructura jurídica, ca-
pital social importante, tesorería, y estaba desarrollándose bajo el impulso de
sus socios fundadores.
Los consejeros don Fernando Álvarez-Cascos, abuelo del actual político
don Francisco Álvarez-Cascos, y el también consejero y director gerente don
Francisco García, ambos amigos de mi padre, le hicieron una propuesta para
comprar las líneas que teníamos y unir todo el transporte de viajeros del su-
roccidente asturiano bajo el control de ALSA. Mi padre, que ya consultaba
con nosotros algunos temas, nos comentó la propuesta de compra, y yo le dije:
“No deberíamos vender ALSA por dinero… porque dejaríamos de ser trans-
portistas y por tanto no podríamos crecer en la actividad”.
Nosotros queríamos seguir creciendo. Y lo hicimos con la compra de pe-
queñas líneas de la zona. Mi amigo don Vicente Trelles, también consejero de
ALSA, me dijo un día: “Ya sé que estamos negociando la compra de vuestra
empresa con tu padre”. Mi respuesta fue: “No habrá venta ninguna, Vicente.
Nosotros no vendemos. De momento no vendemos, lo más que podemos hacer
será llegar a integrarnos, trabajar en ALSA, pero no por dinero sino por accio-
nes de ALSA, para colaborar en su desarrollo”.
El consejo de ALSA debatió el tema de la integración, lo consideraron
aceptable, se celebraron varias conversaciones, llegamos a un acuerdo y entra-
mos como accionistas de ALSA mediante una ampliación de capital. A los seis
meses me dieron poderes, demostrándome una gran confianza que siempre
agradecí a los propietarios y consejeros de ALSA.
Seguimos impulsando el crecimiento y tuve que superar alguna prueba
como, por ejemplo, la compra de autocares monotral, que eran vehículos con
un solo perfil en las ruedas traseras, en lugar de las dos habituales. “¿Y si re-
vienta la rueda?”, decía don Paco. Y yo le contestaba: “¿Y si revienta la rueda
delantera no sería más peligroso?”. Se incorporaron los monotrales a la em-
presa y duraronmuchos años prestando un buen servicio. Ampliamos nuestras
líneas por Asturias y revisamos la política tradicional de la empresa de tener
garajes en cada pueblo, que era un derroche y una gran inversión. En un viaje
a Estados Unidos, cuando mis hijos estaban allí haciendo COU, me fijé que, en
Albuquerque, los autobuses dormían en la calle: allí hacía muchísimo frío, era
casi desierto, y al arrancar por la mañana le metían dentro un impulsor de aire
caliente ya que salía mucho más barato que meterlos en un garaje… Siguiendo
esta forma de actuar, dejamos solo los garajes necesarios para la reparación de
los vehículos, pero no teníamos locales solo para guardería; los buses empeza-
ron a dormir al aire libre.
Los años 60 contemplaron el ascenso imparable de las actividades de ALSA. Se
abrieron servicios regulares desde Asturias a otras ciudades y se avanzó en las
rutas de la incipiente internacionalización.
El espacio natural para el crecimiento de ALSA en aquel momento eraMadrid,
pero la Ley de transportes de 1949 y su reglamento, dictados de la mano de don
José María Fernández Ladreda, concedía una preponderancia total al ferro-
carril, que tenía derecho de tanteo en todas las líneas que fueran coincidentes
JOSÉ COSMEN adelaida | ALSA
DE LA ARRIERÍA AL MUNDO
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