Los que dejan huella - 20 historias de éxito empresarial - page 178-179

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Durante esos primeros años, crecimos lenta pero imparablemente hasta
que llegó el terrible 1973 con una crisis tremenda, mucho peor que la actual.
Llegó un momento en que no teníamos ningún trabajo. En aquel entonces éra-
mos unas 30 personas y, como no había proyectos, nos apuntamos todos, como
un solo hombre, a dibujar plantas de viviendas para el catastro de Hacienda de
Sevilla. Por cada plano cobrábamos 100 pesetas, lo que nos permitió sobrevi-
vir un año entero. Todos delineábamos croquis de pisos: desde el primer deli-
neante hasta el último ingeniero. Al cabo de varios meses pasó el temporal, nos
encargaron un proyecto de regadío y logramos levantar cabeza.
En 1982 recuerdo que, por fin, nos llamaron unos compañeros de Ecuador y
nos dieron un proyecto enGuayaquil. Fue nuestro bautizo internacional, con bas-
tante éxito por cierto. Pero fue la Expo 92 la que realmente cambió nuestra vida.
Yo creo que para que una empresa triunfe tiene que tener unos valores
esenciales, pero, además, ha de gozar de mucha suerte. Toda mi vida la he teni-
do, pero siempre he sido consciente de que la suerte exige que se salga a bus-
carla. Mi jefe, el soltero con el que fundé Ayesa, repetía con frecuencia la frase
de Maquiavelo: “
La fortuna è una donna
: la suerte es mujer, y a las mujeres no
les gustan los pusilánimes, se sienten atraídas por los aventureros, los osados…
Quien se queda prudentemente guardando el corral, no la encuentra nunca”.
La Expo 92 cambió mi vida. Cuando surgió este proyecto algunos pensa-
ron que se necesitarían grandes empresas de ingeniería para desarrollarlo.
Pero nadie pensaba en nosotros, porque Ayesa solo tenía entonces 50 em-
pleados, dimensión insuficiente a pesar de que éramos muy buenos y trabajá-
bamos con mucho rigor. Apoyados en mi cátedra, estábamos en la vanguardia
de las últimas tecnologías, pero teníamos un tamaño tan pequeño que nadie
se fijaba en nosotros.
Además de grandes, se consideró que las empresas que desarrollaran la
Expo deberían ser plurales, y se abrió un concurso al que se presentaron gran-
des agrupaciones de ingenierías. EnMadrid se constituyó unaUniónTemporal
de Empresas de tres compañías españolas de primer nivel. Me fui a ofrecerles
nuestros servicios y nos eligieron como socio local porque necesitaban tener
un apoyo en Sevilla. Ganamos. Nuestra oferta fue la mejor.
Después sucedió que las grandes empresas nacionales no querían trasladarse
a Sevilla y, aunque nosotros solo participábamos en la UTE con el 20%, hicimos
el 90% del trabajo. Todos nos felicitaron y fueron conscientes de nuestra labor.
Comenzamos a ser conocidos y crecimos muchísimo. Fue una época fantástica.
Al terminar la Expo éramos ya más de 100 personas y teníamos dos alter-
nativas: volver a reducir el tamaño y estabilizarnos hasta que yo me jubilara,
sobreviviendo dignamente, o aprovechar aquel impacto para saltar adelante.
Optamos por lo segundo y compramos el pabellón de Checoslovaquia en la
Expo, que tenía 3.000 metros cuadrados, para establecer allí nuestra oficina
central. Recuerdo que solo ocupábamos la primera planta de las tres disponi-
bles, para no gastar aire acondicionado. Y así, todos apretaditos, con los pisos
superiores vacíos, empezamos esta segunda etapa.
En este momento sucedió un hecho afortunado que marcó mucho la trayec-
toria que hemos seguido: mis dos hijos menores decidieron venirse a trabajar
conmigo.Arancha, que había terminado Ingeniería Industrial en Sevilla y estaba
trabajando en Abengoa, me dijo: “Papá, me quiero ir a tu lado porque te hago
falta”. Como era cierto, le abrí los brazos y le proporcioné unamesa. Mi hijo José
Luis, más joven, acababa de terminar Ingeniería de Caminos enMadrid y era un
apasionado de los estadios y estructuras complejas. Cuando supo que estábamos
proyectando el olímpico de Sevilla se incorporó sin dudarlo un instante.
Antes de la Expo 92, Ayesa tenía una plantilla de 30 personas, pero en el año
2000 contaba ya con 200 trabajadores y facturaba diez millones de euros. José
Luis Manzanares tuvo que decidir si seguir por el mismo camino o diversificar
Ayesa y comenzar un proceso de expansión fuera de Sevilla y de España.
En esa época, empezaba a desarrollarse a todo trapo en España el plan de in-
fraestructuras: AVE, autopistas…Mis hijos se sentaron un día ante mi mesa de
trabajo y me dijeron: “Papá, a esta empresa hay que darle otro aire, más joven,
más moderno”.
No me sorprendí. En ese momento, sin considerarme un visionario, ya me
estaba dando cuenta de que iba a llegar un día en que el
boom
que estábamos
viviendo se terminaría, al igual que los fondos europeos, los fondos de cohe-
sión… Aquello no podía durar más de diez años y sabía que debíamos preparar-
nos para la siguiente etapa.
Aquella reflexión nos llevó a la diversificación, tanto en servicios como en
áreas geográficas. Teníamos que salir de Sevilla, al resto de España y al extran-
jero. Fue un momento que me generó cierto conflicto porque mis ejecutivos
no entendían que depositara tanta confianza en mis hijos: los veían como dos
niños de papá que venían a quitarles el puesto.
JOSÉ LUIS MANZANARES japón | AYESA
LA SUERTE HAY QUE SALIR A BUSCARLA
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