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A los 17 años llegué a Madrid

para estudiar Ingeniería Aeronáutica.

Éramos 27 en clase. Los estudios se me daban bien y, en tercero de carrera,

Pedro Nieto, un hijo de Nieto Antúnez, el ministro de Marina de Franco, me

sugirió hacer prácticas en la empresa que él presidía. Con 20 años, pasé los tres

meses de verano en la fábrica de la Empresa Nacional del Aluminio en Alicante.

Allí entré en contacto con este sector, y cuando terminé la carrera me contrata-

ron como ingeniero.

En Alicante, en ENDASA, tuve experiencias muy enriquecedoras. Recuerdo

con especial cariño la historia del Flan Dhul, una iniciativa de Doña Angustias.

Había logrado elaborar en su casa un flan que podía consumirse una semana

después de envasado y quería hacer recipientes de un solo uso, muy finos, lo su-

ficientemente baratos como para venderlos con el flan dentro. Se lo hicimos con

aluminio de 100 micras, en color oro y con el nombre Dhul en rojo. El producto

tuvo tanto tirón en las ventas que no fuimos capaces de fabricar todas las unida-

des que querían. Necesitábamos una máquina más, y una nueva tardaría más de

un año en llegar. Sugerí comprar una de segunda mano. Me costó convencer a

mi jefe. Aquello era la Empresa Nacional del Aluminio. Finalmente, cogí el co-

che y me fui una semana por toda España en busca de la máquina. La encontré

en Ajalvir. Estaba prácticamente sin uso y negocié la compra con su propietario.

“Te la compro con una condición: que me dejes sacar la máquina cuando yo diga”

, le dije. Y

él, confiado en que éramos una empresa pública e íbamos a tardar tres o cuatro

meses en volver, me contestó:

“Vale, vale…”.

Hicimos un contrato a mano –yo soy muy de hacer contratos a mano- y fir-

mamos.

“¿Cuándo te la vas a llevar?”

, me preguntó. E inmediatamente le respondí:

“Ahora”. “¿Cómo que ahora?”

, atinó a decir, sorprendido. Tenía tres camiones es-

perando con mi equipo de gente: montadores mecánicos, eléctricos…Me pidió

que le dejase terminar un pedido que estaba fabricando y una hora después

estábamos desmontando la máquina y cargando los camiones. En Alicante nos

esperaba otro equipo para montarla. En una semana, la máquina estaba en pro-

ducción y habíamos resuelto el problema a Doña Angustias. En los años setenta,

actuar así en una empresa pública del aluminio era romper todos los esquemas:

comprar una máquina de segunda mano, traerla, montarla, y todo en un tiempo

récord. Todas esas cosas son las que a mí me gustaban como ingeniero, el reto de

concebir una idea y ponerla a funcionar.