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En aquellos años mi mujer trabajaba en Iberia. Ella sabía que yo tenía
ganas de hacer algo por cuenta propia, pero a mí me podía la responsabilidad
como padre de familia. Me dijo:
“No te preocupes, para comer tenemos mi sueldo”.
Con su apoyo, viajé a Europa para ver a mis antiguos competidores. Siem-
pre he defendido que hay que llevarse bien con todo el mundo. Podemos ser
agresivos, duros, pero con educación y respeto. Ese criterio me permitió tener
siempre muy buenas relaciones con la competencia. De hecho, los tres compe-
tidores más importantes que había tenido me ofrecieron llevarles los negocios
en España. Eran ALCAN, el grupo austriaco Ranshofen y otro que entonces
se llamaba Kaiser Aluminio. Logré la representación de las tres empresas
–eran compatibles– y constituí una sociedad que se llamaba IBERALUM. Al-
quilé unas oficinas en este edificio de la calle Orense de Madrid y pedí dos cré-
ditos de 250.000 pesetas, porque no tenía nada. Con uno compré un telex, un
fax y una máquina de escribir. Con el otro pagué dos meses de alquiler, unos
muebles de oficina y contraté a la hija pequeña de un amigo mío que había